Anotar cien puntos en un partido de la NBA es, en teoría, una hazaña humana. En la práctica, casi nadie está hecho para eso.
Solo un hombre lo ha logrado: Wilt Chamberlain, el 2 de marzo de 1962. Cien puntos él solo. Sesenta y tres tiros de campo intentados, treinta y seis encestados. Treinta y dos tiros libres cobrados, veintiocho metidos. Cuarenta y ocho minutos en cancha sin sentarse una sola vez. Esa noche, los Philadelphia Warriors terminaron con 169 puntos y los New York Knicks con 147, para un total de 316 puntos entre los dos equipos. Y desde entonces, más de sesenta años después, nadie ha vuelto a tocar esa cumbre.
El que más se acercó fue Kobe Bryant, que metió 81 puntos en 2006. Aun así, se quedó a 19. En una liga moderna donde hemos visto partidos de 70 puntos de Devin Booker, Damian Lillard o Luka Doncic, el "100" sigue pareciendo un marcador de otro planeta.
¿Puede romper el récord de Wilt Chamberlain?
¿Existe hoy alguien con las condiciones físicas, técnicas y de contexto dentro de su equipo para romper la cifra?
Nosotros pensamos que Victor Wembanyama es el indicado. Aquí las razones:
Wilt Chamberlain era un gigante fuera de su época. Medía 7´1", pesaba más de 265 libras, saltaba, corría toda la cancha y jugaba los cuarenta y ocho minutos completos.
Sus rivales eran más bajos, más livianos, menos fuertes. Bill Russell, su gran antagonista, dijo alguna vez que Chamberlain tenía el tamaño, la fuerza y la resistencia para meter cien en una noche. Y lo hizo. Lo hizo exactamente así.
Victor Wembanyama vive en otra era, pero ocupa el mismo lugar en la escala evolutiva del deporte. Mide alrededor de 7´4", algunos informes indican que creció y es 7´5". Toca el aro sin saltar, tapa tiros sin esfuerzo, finaliza jugadas a una altura donde la mayoría de escoltas y aleros sencillamente dejan de existir.
A su edad, veintiún años, tiene las piernas frescas y un físico que evoluciona favorablemente para dominar también con fortaleza física.
Wilt Chamberlain metió sus cien puntos a base de tiros de dos y tiros libres. En 1962 no existía la línea de tres.
Para él, todo era poste bajo, ganchos, tiros en giro, bandejas fuertes en tráfico y viaje constante a la línea personal. Aquella noche encestó veintiocho tiros libres de treinta y dos intentos. Un porcentaje altísimo para él. Fue una noche casi perfecta en eficiencia.
Hoy hace falta otra cosa. Nadie llega a cien solo a base de bandejas y faltas ofensivas cobradas. En la NBA moderna, la fórmula para una actuación histórica tiene que mezclar tres niveles: cerca del aro, media distancia y triple.
También tiene que sumar de la línea, porque los tiros libres son la forma más eficiente de anotar cuando te están marcando con contacto constante.
Esa es otra razón por la que Wembanyama llama la atención. No es un gigante clásico que depende de que se la den a un metro del aro. Sube el balón como un alero. Puede tirar tras el drible. Puede levantarse desde la línea de tres.
Además puede castigar una ayuda tarde con un step-back por encima del defensor más alto que, honestamente, no puede saltar tan alto como él suelta la pelota. Tiene tiro libre fiable para su tamaño. Jugando en el poste, o simplemente a través de un alley oop.
Cien puntos no se consiguen sin complicidad. Para quienes no lo saben, en el partido de los cien puntos de Wilt Chamberlain, sus compañeros dejaron de jugar para ellos mismos. Literalmente. Al final del juego, cuando vieron que estaba cerca del récord, empezaron a cometer faltas intencionales para detener el reloj y recuperar la bola. Cada ofensiva buscaba a Wilt. Cada pase iba para Wilt.
El equipo tiene que aceptar que esa noche se juega para la historia. El entrenador tiene que dejar en cancha a su estrella aunque vayan ganando por veinte. Los compañeros tienen que renunciar a lanzarla y darle cada chance o la inmensa mayoría de ellos a Wemby.
Para bien de Wemby, San Antonio aún es una franquicia en construcción y Wembanyama es el proyecto entero. Es el jugador franquicia con veintiún años. No comparte jerarquía con otra súper estrella que reclame el balón en los momentos calientes.
En una noche anormal, en la que Victor empiece a sumar, digamos, 30 en la primera mitad y llegue a 50 a mediados del tercer cuarto, no habría mucha discusión en el camerino sobre quién tira la próxima pelota.
El único problema sería la filosofía de San Antonio Spurs, una franquicia que históricamente no pone a sus superestrellas en un pedestal.
Eso importa. En la mayoría de equipos con aspiraciones inmediatas al título, llegar a ese punto sería más difícil.
El último elemento no depende del jugador. Depende del ritmo del partido. La noche de Chamberlain fue un terremoto ofensivo por todos lados. La temporada 1961-62 fue la más anotadora de la historia. El juego era rápido. Se tiraba temprano. Se defendía menos físico que hoy pero también se rotaba menos personal.
Había más posesiones por partido. Más posesiones equivalen a más tiros posibles, y más tiros posibles sostienen un marcador individual absurdo.
El partido terminó 169 por 147 y hubo tres jugadores del equipo contrario, los Knicks de Nueva York, que anotaron 30 puntos o más, mientras que en el equipo de Chamberlain, Philadelphia Warriors, cuatro jugadores anotaron 10 o más puntos.
La NBA actual ha vuelto a subir el ritmo ofensivo. Hay más intentos de tres puntos. Hay más espacio en media cancha. Hay noches en que los equipos combinan 260 o 270 puntos entre ambos.
Hay otra tendencia reciente: partidos que terminan con jugadores metiendo 60 en menos de 30 minutos. Klay Thompson hizo 60 en 29 minutos y no jugó el último cuarto porque su equipo ya estaba arriba por mucho.
Por lo antes expuesto, tenemos claro que Wemby tiene las condiciones para lograr la hazaña. ¿Irá por ella? Es la pregunta que necesita respuesta.