La líder sindical defendió con su vida el derecho de los campesinos a la tierra y se convirtió en un símbolo de lucha y rebeldía contra el latifundio.
El 1 de noviembre de 1974, hace 51 años, el coraje de la mujer campesina fue herido de muerte, su sudor y el machete cayeron en las mismas tierras que reclamaba para trabajar y criar a sus hijos, desde entonces, Florinda Muñoz Soriano (Mamá Tingó), ha sido bandera de una lucha que sigue enfrentando la ignominia de un sistema rural que empobrece, discrimina y crea desigualdad.
“La tierra es de quien la trabaja” fue una consigna muy concurrida en su lucha para que se reconozca el derecho de las y los campesinos a poseer un terreno que sirva de sustento a su familia, pero sobre todo a la mujer rural triplemente discriminada y empobrecida: por ser mujer, por ser negra, y por ser campesina.
Según cuenta la historia, Mamá Tingó nació el 8 de noviembre de 1921 en Villa Mella, quedó huérfana a los 5 años y fue criada por su abuela, Julita (Niní) Soriano. De niña trabajó junto a sus hermanos vendiendo carbón y frecuentemente iba a Sabana Grande de Hato Viejo a ver a su hermana mayor, Margarita Chalas, casada con Florencio Muñoz, hermano de quien luego sería su esposo, Felipe Muñoz, con quien procreó 10 hijos y le sobrevivieron siete.
Tingó alternaba su trabajo en el campo con el cuidado de sus hijos, la venta de carne y astillas de palos para panaderías, recolectaba frutos como aguacates y cajuiles para venderlos por las calles.
Se involucró en la lucha por los derechos de los campesinos, en particular en el Club de Madres y en la Federación de Ligas Agrarias Cristianas (Fedelac). Se hizo notable como dirigente en movilizaciones y protestas junto a los campesinos de Hato Viejo en la lucha por la defensa de la tierra.
Fue víctima de la ambición desmedida del terrateniente Pablo Díaz, quien reclamaba como propias 8,000 tareas de tierra en las que trabajaba Mamá Tingó junto a otros campesinos.
El 1 de noviembre de 1974, mientras intentaba amarrar unos cerdos que había soltado Ernesto Díaz, capataz del terrateniente Pablo Díaz, fue herida y aunque se enfrentó al agresor con un machete, recibió dos disparos que le causaron la muerte.
Una deuda por saldar
La tenencia de la tierra sigue siendo una deuda pendiente para las mujeres campesinas, pues según las estadísticas solo representan cerca del 25% de los propietarios de tierras, y el 2% de ellas figuran como principales dueñas de parcelas, a pesar de que representan casi la mitad de la fuerza de trabajo agrícola.
Las mujeres en el campo siguen trabajando en condiciones de desventaja respecto a los hombres enfrentando mayor dificultad para en el acceso a la tierra, el crédito, la participación en la toma de decisiones, la capacitación técnica especializada, así como el acceso a insumos agrícolas.
Sin embargo, las mujeres campesinas son un pilar esencial en la agricultura familiar y la seguridad alimentaria, además de participar activamente en el comercio local, ser el sostén de la crianza familiar y en el manejo de los recursos naturales.
Migración
Muchas mujeres jóvenes del campo se ven obligadas a migrar a las ciudades para trabajar en labores domésticas para poder invertir en sus hogares y tierras en el campo. Las labores agrícolas siguen representando una dependencia patriarcal para la mujer campesina.
Legado de Mamá Tingó
La defensa por el derecho a la tierra es el mayor legado de la líder campesina. Una lucha que aún persiste y que toma mayor relevancia para las mujeres.
Esta noble y valiente mujer es un referente de la lucha de las mujeres campesinas, y un símbolo de rebeldía contra un sistema que oprime a quienes producen las riquezas en los campos dominicanos. Su ejemplo fue una fuente de inspiración para la fundación de organizaciones como la Confederación Nacional de Mujeres del Campo (Conamuca).

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